«Herri honen eskubideak aintzat hartzen dituzten indarren aktibaziotik etorriko da desblokeoa»
¿Déjà vu? (Editorial GARA)
Mirar la portada del periódico de los últimos días implica, al menos para quienes ya tienen cierta edad o un mínimo conocimiento de la historia reciente de Euskal Herria, una extraña sensación de «déjà vu», de estar viviendo algo ya experimentado previamente, recuerdos de una década anterior que parecen reconstituirse de manera nueva pero a la vez reconocible, hasta el punto de llegar a convertirse en noticia: el rostro de un refugiado desaparecido, ecos de una huelga general que se intenta silenciar, idas y venidas entre el Tribunal Supremo y el Constitucional para maquillar el desvarío represivo, prolegómenos de un juicio contra jóvenes vascos por «terrorismo» que terminará por convertirse en un juicio al Estado por torturas, cantos a la derrota militar de ETA por parte del Estado y respuesta de esa organización en clave política...
Parecido escenario, hechos similares, mismos agentes, sólo que diez o casi veinte años más tarde. Las inercias y los avances parecen así mantener una balanza estática a lo largo del tiempo que, como mínimo, exaspera a quienes, de una u otra manera, viven y sufren el conflicto vasco.
Pero no es del todo cierto que nada haya cambiado. En este tiempo las conculcaciones de derechos en Euskal Herria no sólo han subido en número de casos, como consecuencia lógica del paso del tiempo y del mantenimiento de un conflicto político abierto, sino que además se han acrecentado de manera cualitativa. En el contexto internacional la «guerra contra el terrorismo» pierde adeptos, aunque al Estado español no haya llegado la noticia. Del mismo modo, el derecho a decidir de los pueblos cada vez conoce más experiencias y, al igual que hace ahora casi veinte años, nuevas naciones se convierten en estados en el marco europeo. No cabe ocultar que la credibilidad de la clase política está en bajos históricos y la desesperanza de la sociedad amenaza con tornarse apatía. No obstante, tanto los términos del conflicto como los de su resolución aparecen más nítidos que nunca y, pese a las estrategias ventajistas o negacionistas de corto recorrido, la esperanza se cimenta en aquellos que sean capaces de arriesgar y tomar la iniciativa.
Mirar la portada del periódico de los últimos días implica, al menos para quienes ya tienen cierta edad o un mínimo conocimiento de la historia reciente de Euskal Herria, una extraña sensación de «déjà vu», de estar viviendo algo ya experimentado previamente, recuerdos de una década anterior que parecen reconstituirse de manera nueva pero a la vez reconocible, hasta el punto de llegar a convertirse en noticia: el rostro de un refugiado desaparecido, ecos de una huelga general que se intenta silenciar, idas y venidas entre el Tribunal Supremo y el Constitucional para maquillar el desvarío represivo, prolegómenos de un juicio contra jóvenes vascos por «terrorismo» que terminará por convertirse en un juicio al Estado por torturas, cantos a la derrota militar de ETA por parte del Estado y respuesta de esa organización en clave política...
Parecido escenario, hechos similares, mismos agentes, sólo que diez o casi veinte años más tarde. Las inercias y los avances parecen así mantener una balanza estática a lo largo del tiempo que, como mínimo, exaspera a quienes, de una u otra manera, viven y sufren el conflicto vasco.
Pero no es del todo cierto que nada haya cambiado. En este tiempo las conculcaciones de derechos en Euskal Herria no sólo han subido en número de casos, como consecuencia lógica del paso del tiempo y del mantenimiento de un conflicto político abierto, sino que además se han acrecentado de manera cualitativa. En el contexto internacional la «guerra contra el terrorismo» pierde adeptos, aunque al Estado español no haya llegado la noticia. Del mismo modo, el derecho a decidir de los pueblos cada vez conoce más experiencias y, al igual que hace ahora casi veinte años, nuevas naciones se convierten en estados en el marco europeo. No cabe ocultar que la credibilidad de la clase política está en bajos históricos y la desesperanza de la sociedad amenaza con tornarse apatía. No obstante, tanto los términos del conflicto como los de su resolución aparecen más nítidos que nunca y, pese a las estrategias ventajistas o negacionistas de corto recorrido, la esperanza se cimenta en aquellos que sean capaces de arriesgar y tomar la iniciativa.
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